lunes, 28 de abril de 2008

Fluìr.

Una señora de mediana edad arrastra sus pies al caminar, las bolsas del supermercado le pesan mucho. Los niños extranjeros juegan y se rìen con acento; soy incapaz de entenderlos. Me siento en la ventana de mi pieza mal pintada y veo a la gente pasar: caras de aburrimiento o decepciòn llenan el espacio de sus sonrrisas. Empiezo a pensar lo lindo que serìa pfrecerles consuelo, o al menos un cigarro. Los autos andan, andan hasta que se pierden con el ruido de las conversaciones y sùplicas de mis vecinos. Ahora bloqueè la libertad de mis acciones con la belleza de la rutina: nunca se ven suficientes japoneses muertos. Mientras espero la llegada de una carta con una fotografìa del ocèanos, me congelo; la esperanza tarda mucho. Sè que puedo sanarme, hay alguien que busca pr lo que escondì en mi libro de dibujos, ese guardado en el bolsillo de mi chaquetòn negro. La constante melodìs de las canciones underground mantiene mis dedos ocupados, entonces ya no me puedo herir. Y todo lo que tengo es el eterno ahora.

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